Hace mucho tiempo, vivían dos dioses Cupido, el dios del amor, y Afrodita, la diosa de la belleza. Él vivía en Roma y ella en Grecia. Ellos eran muy buenos y tenían un don, esparcían su amor a todos los que se les cruzaban.
Un día, Afrodita viajó a Roma para visitar a sus padres. Preparó su equipaje y partió.
Caminando de repente y casi sin notarlo se tropezó con Cupido:
-Huy, ¿Te hice daño?- Preguntó el dios de bellas alas.
-¡No!- Dijo Afrodita.
-Mi nombre es Cupido, soy el dios del amor, y me fascinan las cosas que tratan sobre este noble sentimiento. ¿Cómo te llamas?-
-Soy Afrodita, la diosa de la belleza y del amor. Que coincidencia...-
Cada uno siguió su rumbo. La muchacha fue a lo de sus padres y él se quedó completamente enamorado de ella.
Afrodita, al cerrar sus ojos, pensaba en Cupido, se acordaba de sus ojos, su pelo, su cara, y sentía cosquillitas en su pancita.
Un día, a Cupido le tocó pasar por un duelo, ya que el padre de la diosa de la belleza no aceptaba esa relación ya que hacía muchos años se había desatado una gran pelea entre las familias debido a que el padre de Cupido le robó la esposa al padre de Afrodita. Pelearon y el progenitor de la diosa fue el vencedor.
La bella doncella estaba muy triste, lloraba y le escribía una tras otra, cartas a su enamorado, pero en cambio las respuestas recibidas eran nulas. Hasta que un día Cupido fue a la casa de Afrodita, entró por la ventana y le dijo que desde el primer día en que la vio se enamoró profundamente de ella y que nadie podría hacer nada para que él dejara de amarla.
Ella también confesó lo profundo que lo amaba. Pero en ese preciso instante entró el padre de la diosa y los vio juntos. Ella le pidió disculpas y le explicó que estaban muy enamorados. Al verlos se convenció y aceptó la relación.
Como condición, los enamorados debían de tener dos hijos que recibirían el nombre de Atenea y Dionisio.
Los preparativos de la boda eran interminables; llegó el día y se casaron. Luego de un tiempo recibieron la noticia de su próxima maternidad y paternidad. Y al fin el día esperado llegó, dos hijos nacieron como fruto de este amor. Fueron muy felices, nunca se separaron y vivieron demostrándose sus sentimientos fraternos.
Florencia Moyano
Un día, Afrodita viajó a Roma para visitar a sus padres. Preparó su equipaje y partió.
Caminando de repente y casi sin notarlo se tropezó con Cupido:
-Huy, ¿Te hice daño?- Preguntó el dios de bellas alas.
-¡No!- Dijo Afrodita.
-Mi nombre es Cupido, soy el dios del amor, y me fascinan las cosas que tratan sobre este noble sentimiento. ¿Cómo te llamas?-
-Soy Afrodita, la diosa de la belleza y del amor. Que coincidencia...-
Cada uno siguió su rumbo. La muchacha fue a lo de sus padres y él se quedó completamente enamorado de ella.
Afrodita, al cerrar sus ojos, pensaba en Cupido, se acordaba de sus ojos, su pelo, su cara, y sentía cosquillitas en su pancita.
Un día, a Cupido le tocó pasar por un duelo, ya que el padre de la diosa de la belleza no aceptaba esa relación ya que hacía muchos años se había desatado una gran pelea entre las familias debido a que el padre de Cupido le robó la esposa al padre de Afrodita. Pelearon y el progenitor de la diosa fue el vencedor.
La bella doncella estaba muy triste, lloraba y le escribía una tras otra, cartas a su enamorado, pero en cambio las respuestas recibidas eran nulas. Hasta que un día Cupido fue a la casa de Afrodita, entró por la ventana y le dijo que desde el primer día en que la vio se enamoró profundamente de ella y que nadie podría hacer nada para que él dejara de amarla.
Ella también confesó lo profundo que lo amaba. Pero en ese preciso instante entró el padre de la diosa y los vio juntos. Ella le pidió disculpas y le explicó que estaban muy enamorados. Al verlos se convenció y aceptó la relación.
Como condición, los enamorados debían de tener dos hijos que recibirían el nombre de Atenea y Dionisio.
Los preparativos de la boda eran interminables; llegó el día y se casaron. Luego de un tiempo recibieron la noticia de su próxima maternidad y paternidad. Y al fin el día esperado llegó, dos hijos nacieron como fruto de este amor. Fueron muy felices, nunca se separaron y vivieron demostrándose sus sentimientos fraternos.
Florencia Moyano
No hay comentarios:
Publicar un comentario